jueves, 16 de enero de 2020

Me culpé, me culpé como nunca he culpado a nadie más, de la forma más dura, absurda y dolorosa que jamás he visto. 
Me culpé primero por no sentirme suficiente para ti, por no ser lo que necesitabas, lo que merecías, por no saber estar a la altura. 
Luego empecé a culparme por no saber estar, por no saber hacer las cosas bien, tal y como tú me enseñabas, me exigías. Me culpaba por no  querer saber darte aquello que tú me pedías, aquello que tú me hacías creer que necesitabas. Y es que yo aquí, todavía no estaba del todo dentro de la jaula, aún daba pequeños empujones contra la puerta, aún me asomaba.
Después empecé a culparme por ser yo, suena absurdo ¿no? Pero así fue, sentía que yo tenía el problema, que no era capaz de cambiar lo suficiente para ser, ya no alguien digno de estar contigo, sino una persona de provecho. Y es que tú siempre me decías que lo hacías por mi bien, que te lo agradecería, que confiabas en mí, y yo, yo te creía y me castigaba y culpaba por no ser capaz de alcanzar esas metas que tú me imponías.
Poco a poco olvidé quién era yo, qué quería, qué necesitaba... Dejé de pensar en mí, de creer en mí para centrar toda mi fuerza, esa fuerza que anteriormente me había ayudado a luchar contra todo, hacia ti. 
Cuando quise darme cuenta estaba demasiado perdida, estaba demasiado ahogada en ti y no me veía capaz de salir de ahí. 
Poco a poco me ahogaba más, me perdía más, estaba más cansada, más triste, más dolida. 
Empecé a sentirme culpable por haberme dejado tanto, sí, a mí, porque yo siempre luché por mí, yo siempre había sido yo, siempre había confiando en mí, hasta que llegaste tú, y me destruirte una y otra vez y ahí me encontraba yo, cada vez que a ti te apetecía, volviendo a juntar todos esos pedazos e intentando que esta vez tuviesen la forma que tú querías. 

martes, 14 de enero de 2020


Odio tanto las despedidas como necesarias creo que son. Nunca se me ha dado bien eso de cerrar etapas, despedirme de personas, archivar momentos... Siempre me aferro a aquello que un día me hizo feliz, que un día hizo que mi mirada brillase, mi pulso se acelerase, que me salvó, y tú cariño, fuiste, sin saberlo, sin quererlo, mi Salvador, por eso me cuesta tanto despedirme, decir hasta aquí, cerrar esa puerta de una vez por todas y dejar de mirar por la mirilla simplemente para ver, si con un poco de suerte, te pillo sonriendo. Te he intentado descifrar, entender, ayudar... Y solo me he chocado una y otra vez con los mismo muros, muros que tú has ido poniendo. Creo que jamás llegaré a entenderte, a entendernos y en parte eso es algo que me atrae, pero me frustra.
He intentado demostrarte cosas, he ido detrás de ti ¿y sabes? Yo no soy así, yo no tengo que demostrar nada a nadie que no sea yo, y eso me hace darme cuenta de que no me convienes, no me haces bien y puede que esa también fuese la razón de que me atrayeses tanto, al fin y al cabo yo siempre era la que se quitaba las postillas de las heridas para ver salir mi sangre y notar ese leve escozor.
Lo siento, supongo que nunca te dejé conocerme como yo era en realidad, pero si te sirve de consuelo, muy poca gente lo llega a hacer y para ser justos, tú tampoco me dejaste verte jamás.
Te mentiría si dijese que no me duele, pero más me duele estar así contigo, porque al fin y al cabo, nunca estuve contigo, siempre he estado sola.
A sido un verdadero placer echar esta partida de poker contigo, pero creo que se a alargado demasiado y yo ya no estoy para juegos.