domingo, 17 de enero de 2021

 Tenia tanto dolor dentro de mí que al final acabé por causarlo, no era consciente de que a cada caricia que daba, en vez de sanar rajaba, como si de una cuchilla se tratase, como si fuese un cacho de cristal desquebrajado, lleno de salientes afilados. Aparentando ser la primavera pero con un invierno en los ojos; una mirada fría y vacía.

De tantos golpes que recibí acabé teniendo sabor a vacío, un vacío que llevaba dentro, ese abismo al que tanto había soñado saltar, acabé teniéndolo dentro de mí.
Hasta que me di cuenta de que nadie podría sabarme, porque ni siquiera era consciente de que necesitara ser salvada, me convertí en esa arma que tantas veces deseé poseer, acabé siendo yo, afilando cada arista, un arma que usar en caso de emergencia. Porque a la hora de la verdad, solo nos tenemos a uno mismo.
El problema no fue que mi conversión, si no el hecho de haber conseguido algo que siempre añoré tener, si no el hecho de que no sabía usarla.
Pero en esa perspectiva que te regala el tiempo me enseñó, me enseñó a acariciar con mis lados suaves, porque hasta el cristal más roto tiene lados que no cortan, aprendí que no estoy rota, que estoy afilada, pero también que puedo acariciar, que puedo ser ambas, que siempre lo fui y que ahora, sé cómo usarme.