3 a.m. aunque en estos días las horas han perdido su valor, solo una nos une, solo una nos llama, las 20:00, todos salimos a esa hora a nuestras ventanas, balcones, terrazas, jardines... a aplaudir, a aplaudir como se aplaude cuando tu amiga por fin se besa con su amor platónico, como cuando tu hermana te dice que está embarazada, como cuando tu equipo marca o sale tu artista favorito al escenario. Aplaudimos unidos, felices porque estamos aquí, porque estamos bien. Aplaudimos por nosotros que llevamos semanas en casa, aplaudimos por toda esa gente que sale día a día a ayudar(nos), aplaudimos por la gente que no puede hacerlo porque está en una camilla, aplaudimos por todos aquellos que ya no aplaudirán nunca más.
Estos días están siendo extraños, duros, tristes, estresantes, agobiantes... pero también nos ha unido más que nada en esta vida; quizá hayas empezado a hablar con alguien nuevo, quizá has conocido por fin a tus vecinos, más allá del vulgar "¿a qué piso vas?" Nos ha hecho ser más concientes que nunca de lo importante y lo valioso, nos está demostrando que todo lo que das por hecho: salir de fiesta, hablar con personas, abrazarnos, tomarte un café o simplemente sentir el césped en tus pies, es un lujo que habíamos olvidado valorar.
Son las 3 de ma madrugada del domingo, pero domingo de verdad, que ahora parece un domingo constante, pero todo eso da igual.
He salido a mi balcón, como ya es costumbre, la calle está desierta, pero eso también da igual. Me he sentado, tapada por una manta, siento el viento en mi cara y cierro los ojos mientras escucho las gotas caer, mientras oigo a las alcantarillas tragar el agua y te puedo asegurar que hacía tiempo que no me sentía tan feliz, tan en paz, tan tranquila.
Supongo que es lo bueno de las pandemias, te hace volver a valorar, a aferrarte a aquello que siempre te ha hecho feliz, pero que has olvidado ver.
Las gotas caen, sin cesar, el mundo no se a parado aunque el nuestro lo haya hecho. El viento mueve mi pelo y roza mi piel, el frío no me molesta. Oigo los árboles moverse por él a lo lejos.
La lluvia siempre ha tenido el poder de limpiar todo a su paso y cada brisa fría que llega a mi cara, es una bocanada de aire nuevo que me hace sentir viva, que me hace sentir tranquila, que me hace sentir bien.
No sé cuándo acabará esto, y la verdad es que he dejado de preocuparme por ello solo me concentro en aprovechar, aprovechar esos pequeños gestos que te da la vida y que son tan sumamente increíbles.
El mundo necesitaba un respiro de nosotros, y nosotros necesitábamos un poco de humanidad.
Se me siguen erizando los pelos cuando veo, que después de tantos días, seguimos saliendo, seguimos unidos. Cuando veo que no nos rendimos, que seguimos al pie del cañón, que saldremos de esta todos juntos.
Y aunque el día de mañana todo esto quede en un recuerdo, y volvamos a nuestras vidas olvidando aquel vecino que puso música un sábado para alegrarnos, o aquella enfermera que seguía yendo día tras día a trabajar, esto siempre se quedará con nosotros.