viernes, 6 de marzo de 2020


Una noche de tormenta le hablé de ti al mar, y se calmó, se calmó como se calma un bebé al oir los latidos de su madre. Le hablé de ti a las estrellas, y comenzaron a brillar como brilla la mirada de un cachorro al ver su juguete preferido. Le hablé de ti al lobo, y comenzó a aullarle con más fuerza que nunca a la luna. Le hablé de ti a mi corazón, y se rompió, se rompió como se rompe una rama, crugiendo, sufriendo, intentando aguantar hasta que no puede hacer más.
Le hablé de ti a mi yo de 13 años, no me creyó, no me creyó hasta que me miró las manos y vio como temblaban al hablar de tu tacto, hasta que notó mi voz entrecortada al decir tu nombre, hasta que vió caer una lágrima al recordarte.
Le hablé de tu risa, de como me perdía en las comisuras de tus labios. Le hablé de tu mirada, esa mirada que me hacía sentir en casa, me hacía frenar y no tener miedo a lo que me rodeaba. Le hablé de tu voz; del poder que tiene de que mi corazón pegue un vuelco. Le hablé de tu olor, de tu calor, de tu tacto, le hablé de ti.
Le conté todos los planes que nunca hicimos porque en el fondo siempre sabíamos que no los íbamos a cumplir, le conté todos los paseos que dimos, lo pequeña que se hacía la ciudad cuando éramos nosotros quien la recorríamos, escuchándonos, riéndonos, queriéndolos.
Le hablé de ese amor, ese amor sin medida, sin tapujos, sincero, sin control.
También le conté la de veces que intentamos una y otra vez separarnos, el daño que nos hacíamos cada vez que lo intentábamos y cómo la vida, con su particular sentido del humor, nos volvía a juntar cada vez que creíamos habernos superado.
Le conté, y es irónico porque ya he perdido la cuenta, la de veces que nos emocionamos creyendo que podríamos con todo, que seríamos capaces de por fin, tener un presente juntos y cómo, una vez más, no fue así.
Le hablé de las noches que pasé llorando, acurrucada a una almohada porque tú no estabas aquí, la de veces que miré a la luna llena ecándole un pulso con mis pupilas, la cantidad de mensajes que te escribí, y que jamás te llegué a enviar y tampoco guardé. Le expliqué a la brazos que me aferré buscando tu calor y que ninguno se podía comprar.
Intenté explicarle lo que es el amor verdadero, lo que es un amor incondicional, lo que supones tú; y lo que quiera que mueva este absurdo mundo loco con su sádico sentido del humor que no me deja ser feliz ni contigo ni sin ti.
Le hablé de lo rota que me quedaba cada vez que te veía desaparecer, el daño que me hacía imaginar que tú sí habías encontrado mi calor en otros brazos, que ya no era en mis ojos en los que querías verte reflejado cada mañana...
Y después de hablarle de ti, de nosotros me preguntó si valía la pena.
Después de suspirar y esbozar una media sonrisa con la lágrima aún recorriendo mi cara tuve clara la respuesta: Sí, siempre es y será sí, siempre valdrás la pena y la vida. Me enseñaste a querer de forma valiente, me enseñaste a creer y a confiar, me quisiste y quisiste que me quisiera.
Me hiciste tocar el cielo con tan solo pararte a mi lado, me enseñaste mis alas y me dejaste volar. Y eso, eso no lo cambio por nada, porque al igual que el dolor que me causa no tenerte aquí es indescriptible, también lo es la felicidad que eres capaz de generarme y eso, eso siempre tendrá más peso, porque donde te duela menos la vida, ahí es, y contigo cariño, la vida parece menos mala, más dulce, más sencilla.

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