lunes, 15 de octubre de 2012

Decir adiós no suele ser fácil. 

He oído mil y una vez que hay que saber dónde poner punto y final a una historia y así poder comenzar con otra, pero es que no es fácil, aunque te haga daño una parte de nosotros no se quiere separar de esa persona, en ese sentido somo masoquistas, al igual que después de romper no puedes de dejar de mirar su perfil leyéndote los comentarios y viendo las fotos, haciéndote daño a ti misma, pero no puedes cambiarlo, sabes que te hace daño, que no te trae nada nuevo, pero no quieres puedes dejar de hacerlo. 
Una relación, por corta, dolorosa, monótona... que haya sido no suele ser fácil dejarlo, decir adiós, adiós a esos mensajes de madrugada, a esas conversaciones que duraban horas, a esos mensajes privados ñoños por tuenti, a esas caricias, a esos abrazos interminables en los que acababas con su perfume en tu piel, a esos besos... esos besos que hacían que tu mundo se parase, que solo existieses tú y él. 
Pero llega un momento en el que solo puedes decir adiós, ya no es lo mismo, donde antes había sonrisas ahora hay silencios, los mensajes cada vez son más secos, más mecánicos, los besos son más por compromiso que por sentimiento, los abrazos se quedan en pequeños roces... ahí te das cuenta, de que por mucho que te duela, por muy jodido que sea, por muchas lágrimas que vengan después tienes que decir adiós, enfrentándote así a la soledad, esa soledad que tanto tememos, ese miedo a que nunca volveremos a estar con nadie, a que nadie nos vuelva a querer pero ya lo dijo Homer Simpson: "Cuando menos lo esperes comprenderás que una persona te amó y eso quiere decir que otra podrá amarte de nuevo. 
Entonces, vas a sonreír"

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