domingo, 26 de julio de 2020

Me senté, respiré, respiré con la misma profundidad que usas antes de tirarte de cabeza al agua, con la misma intensidad que cuando de pequeña veías que te ibas a meter en un tunel y ahí me puse a pensar, a pensar en ti, una vez más, en tus ojos, en los que siempre me veía reflejada, en tu sonrisa y en las ganas que me daban besarla, en tu pelo y en mi mano mientras lo acariciaba, en tus manos y en la seguridad y el cariño que me proporcionaban cada vez que sujetaban las mías y ahí empecé a pensar en mí, en cómo mi corazón se agitaba cada vez que volvía a oír tu voz, en como sonreía a cada mensaje tuyo, en lo mucho que me frustraba que no me saliesen las palabras cuando estabas a mi lado y en la sensación de perder el control en cuanto tú entrabas en mi vida, y la peor parte, en que me encantaba que hicieras eso.
Recree en mi mente una y otra vez cada momento contigo, los más simples al principio, un roce, una mirada, un olor, un lugar... seguí por los más felices, las noches de confesiones, los momentos en que nos olvidábamos de que éramos diferentes seres para dejar que nuestras almas se tocasen, los planes de futuro, y mi recuerdo más recurrente, tú y yo lavandonos los dientes frente al espejo del baño. Y como ya es costumbre, pasé a recordar el daño, el daño de cada vez que nos separábamos, el ser conscientes de que por mucho que se quiera algo, o como en este caso, a alguien, a veces no es suficiente para estar juntos, el sentimiento de vacío, los últimos mensajes, el adiós.
Y fue ahí, cuando por primera vez, fui consciente de que sí, estaba enamorada de ti, y probablemente, en cierta manera, siempre lo esté, pero que a quien más amo, a quien más echo de menos es a mi yo de entonces, de que estoy enamora de mi yo feliz.
Dicen que una persona que ha estado realmente enamorada siempre buscará otra relación en la que sienta lo mismo, porque ya sabe lo que es el amor, porque y sabe lo que quiere, y yo quiero volver a enamorarme de mí. 

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