Había una vez un niño que siempre se enfadaba, estaba todo el día gritando o insultando por cualquier cosa que le decían o negaban se volvía el ser más irritable del mundo. Un día su padre harto de ver tanta energía desperdiciada, le dio un martillo y una bolsa de clavos y e dijo: "cada vez que te enfades, vas a ir a la valla del jardín y clavarás un clavo en ella." El niño, enfurecido, no dudó en cogerlo y arremeter todo su odio contra la valla. El primer día clavó treinta clavos en la valla, y cada día iba clavando más y más hasta que casi no quedaba hueco para poner más clavos. Pero con el tiempo, sus enfados fueron disminuyendo cada vez más, hasta que al fin llegó el día en el que se tranquilizó. Entonces su padre le dijo que por cada día en el que no se enfadase retirara un clavo. Poco a poco el niño fue quitando clavos de la valla, comenzó a estar más calmado, y un día llegó el momento en el que sacó todos. En ese momento su padre le dijo: "Bien, esto demuestra que estás en el buen camino, pero ahora observa la valla, llena de agujeros y astillas... hijo, los problemas en la vida son iguales, cuando agredes a alguien, física o verbalmente, aunque después pidas perdón y quites el clavo, el agujero siempre estará ahí, y esas no son heridas fáciles de sanar, por eso antes de hacer nada, piensa en el trozo de metal que estás a punto de clavar, porque después nunca lo podrás arreglar."
Dalas Review.
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